«No sabemos en qué condición se hallaba nuestro padre
cuando empezó a tomar conciencia. Movió su brazo derecho y luego su brazo
izquierdo, su pierna derecha y luego su pierna izquierda. Empezó a pensar
lo que tenía que hacer y por fin empezó a llorar, las lágrimas fluían de
sus ojos y caían ante él. Al poco tiempo miró ante sí y vio algo que brillaba.
Aquello brillante eran sus lágrimas, que fluían y formaban las aguas que
vemos… El hacedor de la tierra empezó a pensar de nuevo. Y
pensó: ‘Es así, cuando deseo una cosa, se hará como yo deseo, del mismo
modo que mis lágrimas se han convertido en mares’. Así pensó. Y deseó la
luz, y se hizo la luz. Y pensó luego: ‘Es como me suponía, las cosas que he
deseado han empezado a existir tal como yo quería. Pensó entonces y deseó que
existiera la tierra, y la tierra empezó a existir. El hacedor de la tierra
la contempló y le gustó, pero la tierra no se estaba quieta… (Una vez que la
tierra se aquietó) pensó en muchas cosas como empezaron a existir según él
deseaba. Entonces empezó a hablar por primera vez. Dijo: ‘Puesto que las
cosas son tal como yo quiero que sean, haré un ser semejante a mí’. Y tomó un
poco de tierra y le dio su semejanza. Habló entonces a lo que acababa de
crear, pero aquello no le respondió. Lo miró y vio que no tenía
entendimiento o pensamiento. Y le hizo un entendimiento. De nuevo le habló,
pero aquello no respondió. Lo volvió a mirar y vio que no tenía
lengua. Le hizo entonces una lengua. Le habló otra vez y aquello no respondió.
Lo volvió a mirar y vio que no tenía alma. Le hizo, pues, un alma. Le
habló otra vez y aquello pareció querer decir algo. Pero no lograba hacerse
entender. El hacedor de la tierra alentó en su boca, le habló, y aquello le
respondió».
Del
libro de MIRCEA ELIADE: “Historia de las creencias y de las ideas
religiosas”.